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Cuenta la leyenda que un trozo de la Atlántida resurgió del océano y formó Cabo Verde, un archipiélago de diez islas mayores y cinco menores. En el pasado fue uno de los mayores mercados de esclavos del mundo pero hoy tiene el mejor índice de escolarización de toda África y es un ejemplo de democracia en la región.
Los portugueses colonizaron las deshabitadas islas caboverdianas en el siglo XV y las poblaron con esclavos negros para hacerles trabajar la caña de azúcar. En el siglo XIX la colonia tenía dos fuentes de riqueza: el algodón (cuya producción cayó en picado) y la esclavitud (prohibida en 1876), por lo que quedó sin ingreso alguno.
Cabo Verde y su país hermano Guinea-Bissau se independizaron de Portugal en 1975 gracias al revolucionario Amílcar Cabral. Al principio hubo comunismo y a partir de 1991 democracia. Se ha pasado de una economía planificada a una de libre mercado pero esta república sigue siendo muy pobre y depende de la ayuda exterior.
Esta nación sufrió varias crisis agrícolas hasta el punto de que hoy es una especie de desierto flotante, lo que obliga a muchos caboverdianos a emigrar. Su flora y fauna es riquísima, con numerosas especies endémicas, pese a que la erosión y la sequía causan estragos. El agua dulce es tan escasa que no se desperdicia ni una gota.
Cabo Verde es un país católico que habla portugués y criollo caboverdiano. En literatura destaca Arménio Vieira o Baltasar Lopes. Su cultura es una mezcla de influencias lusas y africanas. El pueblo llano vive de los servicios y del turismo, muy poco explotado en una patria cuyas playas son de un azul insultantemente puro.
Pero sobre todo es una gran fábrica que inventa géneros musicales; morna, funaná, batuque, coladeira, mazurca, tabanka… Sobresalen los cantantes Cesária Évora, Tcheka y Suzanna Lubrano. Para estar realmente a la última en música hay que conocer esta nación que baila sin cesar y lleva el ritmo a flor de piel.
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